La decisión de Blanca by Teresa Cameselle

La decisión de Blanca by Teresa Cameselle

autor:Teresa Cameselle
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Romántico
publicado: 2015-11-04T23:00:00+00:00


La casa estaba algo más vacía ahora. Muchas de las mujeres se habían marchado para preparar la cena en sus hogares y algunos hombres las reemplazaban en el velatorio. Inés seguía allí, inamovible a su lado, y con ella su hermano, pendiente de las dos, atento a cada uno de sus deseos y necesidades. Gloria iba y venía, incapaz de estarse quieta en una silla, ayudaba en la cocina a lavar tazas y cucharillas, a preparar más café o chocolate. Suerte que los vecinos habían traído provisiones, porque en la casa no había suficiente para atender aquella situación inesperada.

Los empleados de la funeraria habían hecho su trabajo y ahora la sala la presidía un ataúd humilde, el único que Blanca podía permitirse pagar, y para ello se vería en la necesidad de volver a empeñar las joyas de su madre, rescatadas no hacía mucho gracias a sus ingresos de El eco.

Blanca levantó el rostro, por momentos más demacrado, para ver llegar a Carlos Figueroa acompañado de Francisco. Su amigo de la infancia se acercó y ella se puso en pie, tambaleante, para saludarlo. Terminaron fundidos en un estrecho abrazo que provocó miradas y murmullos entre sus vecinos. Todos conocían al hijo del dueño de Industrias Moreira.

—Siento no haber podido venir antes.

—No importa… El periódico…

Le costaba hilar una frase coherente. Ella, que nunca estaba enferma, sufría desde hacía más de una hora una terrible jaqueca que le hacía palpitar las sienes, como si un gigante le estrujase el cráneo entre sus manos enormes.

—Parece agotada.

Carlos se acercó y ella le tendió la mano, intentando parecer más serena que aquella mañana, cuando se había derrumbado entre sus brazos.

—No se preocupe, puedo soportarlo.

—Deberías descansar.

Inés y Gloria se acercaron, y entre todos trataron de convencerla para que procurase dormir un poco.

—No podría… La casa está llena y ahora aún llegarán más personas, para el velatorio.

—No está usted en condiciones de pasar toda la noche en pie —decidió Carlos, y ella no tuvo fuerzas para contradecirlo—. Es cierto que aquí no podría descansar, así que lo mejor es que se vaya con Gloria a nuestra casa. Francisco las acompañará.

—Pero qué van a decir los vecinos…

Carlos le tomó la mano que ella agitaba, nerviosa, y le acarició los nudillos con el pulgar.

—Mañana le espera otro día muy largo y muy duro.

Blanca asintió, aún tendría que pasar por la última prueba, el entierro.

—Váyase ahora y descanse. Francisco volverá después de acompañarlas y nos ocuparemos del velatorio.

—Mi hermano también se queda —añadió Inés—. Yo debo irme, mi madre me necesita.

Dejó que Inés la abrazase y la besase, murmurándole palabras de consuelo al oído. «No estás sola, tienes que ser fuerte, estaremos siempre contigo».

Después la vio irse, como veía todo desde que empezó la jaqueca, envuelto en una extraña neblina. Francisco le cogió la mano, esa mano que aún conservaba el calor de la de Carlos, y la enlazó con su brazo, esperando con paciencia que ella comenzase a caminar. Su querido amigo, tantos años sin verlo y ahora se convertía en uno de los pilares en los que apoyarse, cuando la marea amenazaba con arrastrarla.



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